18 jun 2010

Como huelen las rosas


A veces se me olvida como huelen las rosas... pero ¿recuerdas nuestra primera rosa? ¿recuerdas todo lo que nos escondimos ese día porque nadie sabía? Oh mi vida, el olor a ti sigue presente en mi... no me olvido de todo lo que hemos pasado, ahora que tu presencia terrenal no está aquí siento que muero... pero aún hay una luz ¿hay esperanza? si, siempre la hay. Ayer vi la rosa algo destartalada, sucia, con las hojas gastadas, pero hay un detalle, aún la tengo y eso la hace especial ¿no? Ojalá esta rosa durara para siempre... como lo irrompible que es nuestro amor, como lo inmune que se mantiene la llama bajo la tormenta. rosas hay muchas pero no como la mía... no quiero que me regales más... sólo quiero una cuando estemos realmente juntos, tranquilos y sin miedo... quiero una en símbolo de nuestra fortaleza y nuestra unión. Hoy ya no vi la rosa, espero que tú si.

~Lluvia; te amo


Hoy llovió como nunca, no se si fue por mis lágrimas o sólo el mal tiempo. Caminando por la calle sin sentido de nada, soy un acto incoherente más de este mundo gélido; seré una sombra de la sociedad, cuando sienta deseos de gritar, perderé mi voz, cuando sienta ganas de mirar perderé la visión y cuando sienta deseos de estar allí, contigo, sentiré que mis pesares se han ido y que no tengo nada malo en mi vida. Hoy me tomé un café sabor vainilla, estaba malo, me quedó dulce, pero me acordé de esas largas conversaciones que teníamos en el teléfono, yo tomando té afuera y tú, comiendo uvas verdes que te hacían enfermar. Hoy llovió como nunca, no se si fue por mis lágrimas o sólo el mal tiempo.

La soledad de las flores ~ Rolf Carle



Te quitabas la faja de la cintura, te arrancabas las sandalias, tirabas a un rincón tu amplia falda, de algodón, me parece, y te soltabas el nudo que te retenía el pelo en una cola. Tenías la piel erizada y te reías. Estábamos tan próximos que no podíamos vernos, ambos absortos en ese rito urgente, envueltos en el calor y el olor que hacíamos juntos. Me abría paso por tus caminos, mis manos en tu cintura encabritada y las tuyas impacientes. Te deslizabas, me recorrías, me trepabas, me envolvías con tus piernas invencibles, me decías mil veces ven con los labios sobre los míos. En el instante final teníamos un atisbo de completad soledad, cada uno perdido en su quemante abismo, pero pronto resucitábamos desde el otro lado del fuego para descubrirnos abrazados en el desorden de los almohadones, bajo el mosquitero blanco. Yo te apartaba el cabello para mirarte a los ojos. A veces te sentabas a mi lado, con las piernas recogidas y tu chal de seda sobre un hombro, en el silencio de la noche que apenas comenzaba. Así te recuerdo, en calma.

Tú piensas en palabras, para ti el lenguaje es un hilo inagotable que tejes como si la vida se hiciera al contarla. Yo pienso en imágenes congeladas en una fotografía. Sin embargo, ésta no está impresa en una placa, parece dibujada a plumilla, es un recuerdo minucioso y perfecto, de volúmenes suaves y colores cálidos, renacentista, como una intención captada sobre un papel granulado o una tela. Es un momento profético, es toda nuestra existencia, es todo lo vivido y lo por vivir, todas las épocas simultáneas, sin principio ni fin. Desde cierta distancia yo miro ese dibujo, donde también estoy yo. Soy espectador y protagonista. Estoy en la penumbra, velado por la bruma de un cortinaje translúcido. Sé que soy yo, pero yo soy también este que observa desde afuera. Conozco lo que siente el hombre pintado sobre la cama revuelta, en una habitación de vigas oscuras y techos de catedral, donde la escena aparece como el fragmento de una ceremonia antigua. Estoy allí contigo y también aquí, solo, en otro tiempo de la conciencia. En el cuadro la pareja descansa después de hacer el amor, la piel de ambos brilla húmeda. El hombre tiene los ojos cerrados, una mano sobre su pecho y la otra sobre el muslo de ella, en íntima complicidad. Para mí esa visión es recurrente e inmutable, nada cambia, siempre es la misma sonrisa plácida del hombre, la misma languidez de la mujer, los mismos pliegues de las sábanas y rincones sombríos del cuarto, siempre la luz de la lámpara roza los senos y los pómulos de ella en el mismo ángulo y siempre el chal de seda y los cabellos oscuros caen con igual delicadeza.

Cada vez que pienso en ti, así te veo, así nos veo, detenidos para siempre en ese lienzo, invulnerables al deterioro de la mala memoria. Puedo recrearme largamente en la escena, hasta sentir que entro en el espacio del cuadro y ya no soy el que observa, sino el hombre que yace junto a esa mujer. Entonces se rompe la simétrica quietud de la pintura y escucho nuestras voces muy cercanas.

-Cuéntame un cuento–, te digo.
-¿Cómo lo quieres?
-Cuéntame un cuento que no le hayas contado a nadie.